Las cogniciones (pensamientos, interpretaciones, percepciones, actitudes) crean todos los estados de ánimo. En el momento en el que experimentamos un determinado pensamiento y lo creemos, estamos provocando una respuesta emocional inmediata. El pensamiento, crea la emoción. Cuando nos sentimos deprimidos, los pensamientos en torno a nosotros mismos, al entorno y el futuro suelen ser negativos y llegamos a creer que las cosas son realmente tan malas como las imaginamos.

Los pensamientos negativos contienen siempre grandes distorsiones o errores en el procesamiento de la información. Aunque estos pensamientos parecen sólidos, sin embargo, son irracionales o simplemente erróneos. Cuando se comienza a pensar con mayor objetividad, se experimenta una gran transformación emocional. Pongamos un ejemplo: vamos andando por la calle y saludamos a un conocido, en cambio, éste no nos devuelve el saludo. Ante esta situación, caben varias interpretaciones que nos van a generar una emoción determinada. Podemos pensar: “bueno, no me ha saludado, será que iba despistado y no me ha visto”. Este tipo de pensamiento, nos va a generar una emoción neutra, ni buena, ni mala. En cambio, si ante esta situación pensamos “que maleducado, es increíble, no me ha saludado, qué poca consideración”, nuestra emoción va a ser negativa, posiblemente de enfado o frustración. Pero incluso podríamos pensar de otro modo, podemos decirnos: “si no me ha saludado, quizá es porque he hecho algo que le ha molestado y está enfadado conmigo, hay que ver qué torpe soy”. En este sentido, nuestra emoción sería negativa también, pero más bien relacionada con sentimientos de culpa, de inferioridad…Como ilustra este ejemplo, en función de cómo interpretemos las situaciones, en función de nuestros pensamientos, así vamos a sentirnos. El problema es que damos por hecho nuestros pensamientos sin cuestionar si son o no objetivos, es decir, distorsionamos la realidad (volviendo al ejemplo, ¿tengo alguna prueba objetiva para saber porqué este conocido no me ha saludado??¡¡¡¡Noooo!!! En realidad, son todo suposiciones, yo debo elegir cuál es la menos dañina y la más probable para sentirme lo menos mal posible).

Los pensamientos negativos desempeñan una función principal en la aparición y mantenimiento de los síntomas depresivos, por ejemplo. Cada vez que nos sentimos deprimidos, hemos de tratar de identificar el pensamiento negativo relacionado con la aparición de ese estado emocional. Los pensamientos negativos de ese momento, se han convertido en automáticos, es decir, pasan por la mente sin que realicemos ningún esfuerzo por colocarlos allí. No son los hechos reales sino las percepciones de la realidad las que producen cambios en el estado de ánimo. Cuando estamos tristes, los pensamientos constituirán una interpretación realista de acontecimientos negativos. En cambio, cuando estamos deprimidos o ansiosos, nuestros pensamientos serán ilógicos, distorsionados carentes de realismo o, simplemente, erróneos.

Las emociones surgen exclusivamente de pensamientos y percepciones. Los sentimientos son la resultante del significado que se le otorgue a lo que sucede. Una parte importante del sufrimiento psicológico se debe a las distorsiones del pensamiento. Cuando se eliminan estas distorsiones y se discuten en base a hechos objetivos, y nos damos cuenta de la diferencia entre nuestro pensamiento y la realidad, se retoma el autocontrol emocional y se previene la aparición de problemas en nuestra salud psicológica.

La terapia cognitivo-conductual se centra en el cambio de la relación Pensamiento-Emoción-Conducta, ayudándonos a pensar de manera más adaptativa y sana.